Ladrona de momentos

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    Ladrona de momentos

    Hace dos días me puse a pensar por alguna extraña razón agradable que desconozco, en un momento muy lejano de mi vida. Nuestra vida, está llena de momentos viejos, nuevos, demasiado viejos, pero lo único que hace que sigan existiendo en el presente es el recuerdo, y si recordamos esos momentos con alegría no tiene nada que ver con haber sido feliz o haber sufrido, los recordamos porque simplemente hemos vivido. Yo, particularmente no he vivido mucho, más allá de que hoy este aquí viva escribiendo, no he vivido con la suficiente intensidad todos mis momentos como para recordarlos con alegría, ya que la mayoría de mis recuerdos están por completo desafectados; pero del que voy a hablarles ahora, no alcanzarían los detalles para explicar lo viva que me sentí.
    Cuando iba a la escuela, especialmente cuando comencé la secundaria, conocí a alguien diferente, que me hizo sentir cosas diferentes que en algún otro momento de mi infancia tal vez ya había sentido, pero esta vez se habían realzado. Yo tenía 12 años, ella tenía 16. Era extrañamente bella, es decir, no era de esas bellezas que salen por la televisión ni tampoco era una mujer extraordinariamente sexi, era solo una mujer bella con una personalidad excitante, ella no sabía hacer otra cosa que no sea llamar la atención, y no lo hacía porque lo buscaba, lo hacía porque toda ella tenía el don sobrenatural de atraer magnéticamente todos los cuerpos tristes y angustiosos que caminaban mirando al piso cuando sonaba el recreo, así fue que su magnetismo atrajo mi triste y solitario cuerpo, incapaz de poder tener alguna vez en la vida, todo lo que ella tenía y mostraba en sus ojos cuando te miraba. Su voz no era la más linda, pero cuando hablaba cantaba, sus piernas no eran las más largas y vertiginosas, pero cuando caminaba, bailaba. Era no toda perfecta, pero toda ella hermosa. Tenía sentido del humor, se reía de ella y de nosotros, era nuestra reina, nuestra diosa. Compartí una vez un campamento con ella y sentí que lo único que me importaban esos tres días era estar cerca suyo. La hermosa mujer de mi vida, a veces me lo permitía, lo cual me hacía sentir dulcemente sensible, capaz de compartir mi alegría con alguien, matizaba mi alma oscura de colores claros, cada vez más cercanos al blanco y otras veces, al rojo fuego, cuando me tocaba por supuesto. Yo todo el tiempo que ella me permitía acercarme, me sentía como si fuese un reloj de arena tenso, que se hubiese detenido en el tiempo con el único fin de que todos los caminantes del mundo sigan su vida, sin depender de él; pero hay un detalle a no faltar: también había momentos en los que no me permitía estar junto a ella, momentos en los que el reloj de arena que ocupaba el lugar más vacio de mi corazón, seguía funcionando para que todos sigan dependiendo de mi, de mi tiempo, de mi vida andante y caminante, para mi desgracia esos momentos eran los mas. ¿Qué hace uno con la tristeza? No hay muchos caminos, o se la guarda y sigue entreteniendo su vida con actividades intelectuales, lúdicas, o de cualquier tipo que tapan el vacio mas profundo de la desolación, que por cierto, son crueles mezquinos a la felicidad, o por otro lado, va y busca lo que quiere. Yo elegi una elegante mezcla entre ambas: iba a jugar, iba a hacer cualquier cosa mezquina de felicidad, pero con el único fin de ir a buscarla y robarle mas momentos, y asi fueron los tres días, buscaba mezquinarle momentos, y mientras me los negaba, era la espectadora de la mejor obra de teatro que vi jamás, su vida, me empañaba de emoción y de electricidad verla bailar, verla cantar, verla ser tan hermosa: yo la amaba.
    Una noche en el campamento, llovía tan fuerte que tuvimos que dormir en un refugio, todos estaban amargados y yo pensaba… ¡Qué suerte la mía! Poder verla dormir, sin tener que sostenerle la mirada, justamente porque duerme y no esta consciente de que yo estoy ahí, amándola tanto que agradezco que llueva, que truene, que haga frio, y que ella esté viva y duerma.
    Un día, al amanecer, como si hubiese ocurrido un fenómeno de la naturaleza que magnéticamente me da la posibilidad de robarle otro momento, me encuentro en el pasto un dije que tenía la inicial de su nombre. Creo que tengo un problema de fe, dudo de Dios, del universo, de la suerte y de todos esos personajes abrumadores que cuando tiran la piñata de un cumpleaños, siempre me dejan a mi sin caramelos; sin embargo, si de 100 personas y de 27 letras que hay en el abecedario justo encontré en el campo, de 1000 metros un dije con la inicial de su nombre, tengo que pensar que Dios, el universo y la suerte me apostaron a mi cuando estaban jugando al póker, y la suerte gano la apuesta. Se la lleve, le dije que se la regalaba, me regalo una hermosa palabra de amistad, un abrazo y un beso. El reloj de arena se paro otra vez.
    En el último campamento que pasamos juntas, ella se despedía de mí. Eran un montón de personas, casi tantas que no creo poder recordar sus nombres, pero lo que si recuerdo es que no podía parar de verlos bailar. La mujer de mi vida bailaba mientras caminaba, cantaba mientras hablaba, pero ellos bailaban forzando sigilosamente la situación, yo los observaba detenidamente y pensaba: ¿Nada les preocupa? ¿Nada les duele? Yo estoy muerta de dolor porque voy a dejar de ver a la mujer de mi vida y ellos bailan, yo quiero desbordarme en llanto, quiero decirle que la amo, quiero morirme si es necesario solo para darle un beso, mientras ellos bailan. La gente sigue viviendo mientras yo me aflijo, lo sé, pero lo paradójico es que todo estaba sucediendo en el mismo lugar, en la misma noche y bajo el mismo cielo. Éramos muchos, no puedo recordar quienes eran, pero si se que éramos muchos, todos la veían bailar cuando caminaba y cantar cuando hablaba, su magnetismo atraía a todos, pero fue a mí a quien vino a despedir. Cuando nos abrazamos, sentí una electricidad en mi cuerpo que recorrió todo mi corazón y mi cabeza que estallaba como si estuviese en éxtasis, pero al mismo tiempo sentía paz, una enorme paz de saber que en ese momento tan nuestro, nada de lo que pasaba alrededor existía, y esas tantas personas se habían desvanecido. El reloj de arena de mi ser, se había detenido de nuevo, pero esta vez porque nuestro tiempo se había acabado. Ese momento, mi cuerpo hablo por si solo, quise controlarlo pero se fue a donde quiso, y luego ella se fue, mis ojos se llenaron de lagrimas, porque a pesar de que era una fiesta y estaban todos bailando, yo la amaba, y ella se había ido.
    Mientras escribo esto, voy recordando detalles de una historia de amor llena de momentos, momentos hermosos y tristes, pero estaba viva. Porque vivir no es estar con la persona que amas, es dedicarle cada minuto a poder estar con ella, aunque sea para robarle un momento, vivir, es hacer para, no tenerlo, porque estar vivo es ser consciente de que te corre la sangre por las venas, de que tu cuerpo habla por sí solo sin preguntarle antes a tu mente; es sufrir desde lo mas profundo y encontrar placer en ese dolor, es angustia de expectativa, es darte cuenta que es de noche y que no miraste ni por un minuto el reloj.
    Hace dos días, cuando recordé este momento, no lo pude reconstruir como estoy haciendo ahora, solo tuve un flash instantáneo que convoco en mi piel, todo lo que acabo de contar, solo que en un segundo.
    Esto sin convocar relaciones directas, me sucedió unos días después: tuve un sueño donde no recuerdo nada, solo esa increíble sensación de estar viva, no me transportaba a ninguna situación anteriormente ocurrida, solo sentía inmensas ganas de que pase algo, no en la escuela ni en el campamento como conté antes, sino en la facultad. Lo mas interesante a mi criterio, no fue el lugar donde eso sucedía, sino el hecho de que en mi sueño, me aterrorizaba la idea de un feriado, o un fin de semana, donde falten días para volver a la facultad, que no es otra cosa que un lugar, donde transcurría algo que desconozco pero me hacia vivir.
    Una profunda sensación de angustia invadió mi corazón al descubrir que no podía ni por casualidad encontrarle un sentido a ese sueño. ¿La facultad? Nada tenía que ver ese lugar con el deseo, con sentirme viva. Pero así me desperté, con esa sensación. Inmediatamente me convoco a ese recuerdo efímero que tuve aquella noche que sentí como flash, todo lo ocurrido en ese campamento.
    Hoy día estoy, muy lejos de poder vivir esos momentos, mi sueño refleja el deseo que tengo de vivir. Han pasado nueve años desde el relato que conté del campamento, pasaron nueve años de que yo era esa triste y solitaria niña que carecía de buena apariencia y solo se miraba al espejo cuando le salía un orzuelo. No me quería, pero a ella la amaba. Pasaron nueve años desde que ella era preciosa, cantaba cuando hablaba y bailaba cuando caminaba. Y yo, como si hubiese acudido alguna suerte de almacén que vende sentido a tu vida, cuando la perdí, incorpore todo lo que ella tenía, pero no le pague, se lo robe. Hoy en día, después de nueve años, a ella no baila mas cuando camina, ella no canta cuando habla, ella no es perfecta pero tampoco hermosa. Su magnetismo ya no nos atrae, y pareciera que por alguna extraña causalidad de la vida, yo sí. Pero yo la amaba, y cuando puedo verla después de nueve años, me valgo de esa leve sensación que tuve esa noche en la costa, donde a modo de flash, volví a sentirme viva por un segundo. Pasaron nueve años, y creo que ya no la amo, pero hay algo de ella que nunca voy a dejar de amar, y daría todo el tiempo perdido de mi reloj de arena actual, para saber que es.
    Hoy en día, después de nueve años, agradezco aquellos momentos que me da la vida de sentirme viva, aunque me pregunto por qué son tan pocos. Tal vez pienso que mi forma de ser, o de no ser, me hace imposible ser una persona viva. Estoy feliz de tener un pasado, porque tenerlo, es también tener algo para recordar, es decir, haber vivido algo que fue inolvidable. Pero todas las piezas del rompecabezas que organizan mi desorganizada y poca vida, me hacen pensar lo difícil que resulta hoy en día, romper mis estructuras. Para vivir, es necesario romper estructuras, y si me tomara un minuto para perder la memoria, si tan solo pudiera volver a empezar, no sentiría que después de decir eso, entendí lo poco que me queda de vida.

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