[Apologética y teodicea. Comentario 22].
Bajo el reinado de Marco Aurelio, la ofensiva de los intelectuales de Roma contra los cristianos alcanzó el culmen. Esto suponía una gran amenaza para el cristianismo, pues podía asfixiar las posibilidades de obtener nuevos conversos y, lo que es peor, amenazaba con poner en crisis la fe de los propios evangelizadores. Fabio Ruggiero, de la Universidad de Boloña, Italia, escribe: “A menudo y erróneamente se cree que el mundo antiguo combatió la nueva religión con las armas del derecho y de la política. En una palabra, con las persecuciones. Si esto puede ser verdadero (y, de todos modos, sólo en parte) para el primer siglo de la era cristiana, ya no lo es más a partir de mediados del segundo siglo. Tanto el mundo gentil como la Iglesia comprenden, más o menos en la misma época, la necesidad de combatirse y de dialogar en el terreno de la argumentación filosófica y teológica. La cultura antigua, entrenada desde siglos a todas las sutilezas de la dialéctica, puede oponer armas intelectuales refinadísimas al conjunto doctrinal cristiano, y muy pronto la misma Iglesia, dándose cuenta de la fuerza que el pensamiento clásico ejerce en frenar la expansión del evangelio, comprende la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico genuinamente cristiano, pero capaz al mismo tiempo de expresarse en un lenguaje y en categorías culturales inteligibles por parte del mundo grecorromano, en el cual viene a insertarse cada vez más”. Como si de una trampa bien urdida se tratara, elaborada para poder combatir más eficazmente unas creencias que habían demostrado ser más fuertes que toda la maquinaria persecutoria generadora de tantos mártires triunfantes, el ataque intelectual contra el cristianismo primitivo no se desplegaba físicamente, aunque no por ello era menos feroz, pues se trataba de una nueva modalidad acosadora que pretendía hacer beber una sabrosa pócima (a saber, la necesidad de elaborar un pensamiento filosófico-teológico “genuinamente” cristiano, en palabras de Fabio Ruggiero) que intentaría provocar la muerte tras dulce sueño. Por lo visto, esta maligna estrategia debía adquirir ahora todo su vigor, ya que era el tiempo señalado y la sazón profética determinada para su auge. Una parábola de Jesucristo lo había previsto y vaticinado, en los siguientes términos: «Jesús les propuso este otro ejemplo: “En el reino de Dios sucede lo mismo que le pasó a uno que sembró, en su terreno, muy buenas semillas de trigo. Mientras todos dormían, llegó su enemigo y, entre las semillas de trigo, sembró semillas de una mala hierba llamada cizaña, y después se fue. Cuando las semillas de trigo produjeron espigas, los trabajadores se dieron cuenta de que también había crecido cizaña. Entonces fueron adonde estaba el dueño del terreno, y le dijeron: ‘Señor, si usted sembró buenas semillas de trigo, ¿por qué también creció la cizaña?'. El dueño les dijo: ‘Esto lo hizo mi enemigo'. Los trabajadores le preguntaron: ‘¿Quiere que vayamos a arrancar la mala hierba?'. El dueño les dijo: ‘No. El trigo y la cizaña se parecen mucho, y a lo mejor ustedes van y arrancan el trigo junto con la cizaña. Mejor dejen que las dos plantas crezcan juntas. Cuando llegue el tiempo de la cosecha, podremos distinguir cuál es el trigo y cuál es la cizaña. Entonces enviaré a los trabajadores para que arranquen primero la cizaña, la amontonen y la quemen. Luego recogerán el trigo y lo llevarán a mi granero'”» ((Evangelio según Mateo, capítulo 13, versículos 24-30; Traducción de la Biblia al lenguaje actual).