[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 229]
La profecía de Jesucristo continúa así: “Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación (se sobreentiende: La abominación desoladora o destructora, o el ídolo destructor abominable, según la versión bíblica que se utilice), anunciada por el profeta Daniel (se sobreentiende: Daniel el profeta, en el capítulo 9 del libro sagrado que lleva su nombre, versículos 26 y 27, habla de que, tras el asesinato del Mesías, la ciudad santa de Jerusalén y el lugar santo de su Templo serían eliminados por un pueblo venidero con un caudillo gentil, a saber, la Roma imperial, causando un auténtico exterminio; y esto también lo apostilla el profeta en el capítulo 11, versículo 31, del mismo libro), erigida en el Lugar Santo (se sobreentiende: Un ataque al Templo, el cual únicamente coincide históricamente con el socavamiento que las tropas de Cestio Galo hicieron contra el muro y la puerta norte del recinto del Templo en el otoño del año 66, aunque luego se retiró del asedio) ― el que lea, que entienda ― (se sobreentiende: Jesucristo hace un llamamiento al sentido común y a conexión de sus palabras con el conocimiento profundo de la profecía de Daniel, pero con la condición de extraer inferencias objetivas o no afectadas por doctrinas e ideas preconcebidas), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje a recoger las cosas de su casa; y el que esté en el campo, no regrese en busca de su manto. Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días (se sobreentiende: Es una lamentación por las madres embarazadas y las que tuvieran niños pequeños, ya que, si no eran cristianas, no podrían tener la fe correcta ni la sabiduría necesaria para ponerse a salvo). Orad para que vuestra huida no sucesa en invierno ni en día de sábado (se sobreentiende: Jesús, aquí, exhorta a sus seguidores, es decir, a los cristianos residentes en Jerusalén que fueran contemporáneos de la Gran Revuelta del año 66, a orar a Dios pidiendo que Él les suministrara facilidades para huir a las montañas cuando llegara el momento preciso para ello, el cual resultó ser inmediatamente después de la retirada de Cestio Galo). Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla (se sobreentiende: La tribulación o aflicción que llevó a Jerusalén a su destrucción en el año 70 no ha tenido parangón en la historia humana de todos los tiempos, de lo que se deduce que ni siquiera el espeluznante relato de Flavio Josefo acerca de este suceso refleja con exactitud el indescriptible sufrimiento que debió experimentar la fracción del pueblo judío que fue acorralada por Tito tras los muros de la ciudad de David). Y si aquellos días no se abreviasen, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos (se sobreentiende: Los cristianos que Jesucristo reconoce como hermanos suyos, según lo que él mismo había dicho anteriormente en el capítulo 12, versículos 48-50, de este evangelio; o según lo que dijo poco después, en el capítulo 25, versículo 40, y en el capítulo 28, versículo 10, del mismo evangelio) se abreviarán aquellos días” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 15-22; Biblia de Jerusalén de 1975).