Sueño con guerra
Gracias de antemano a aquellos que lo lean
Soñé que era un hombre joven como de unos veintitantos, que tenía el cabello rubio y rizado y los ojos claros, nada que ver conmigo que soy trigueña y de ojos negros. En el sueño llevaba ropas como piloto, de piel color café, bastantes gastadas, botas en el mismo estado y deambulaba por sitios medio abandonados y polvosos, como pueblos derruidos y solitarios. Dentro de todo el sueño yo actuaba como hombre, pensaba como hombre y de hecho mostraba un carácter fuerte y práctico, algo que no concuerda mucho con como soy, pero bueno, así son los sueños.
Se suponía que estábamos en guerra, aunque para ese momento no sabía bien contra quien. Yo tenía cierta fama de ser buen tirador y aunque no tenía familia, tenía un buen grupo de amigos que me acompañaban siempre que nos íbamos a encontrar con en el enemigo. Uno de mis amigos era un hombre de edad madura, que tenía el rostro ajado por el polvo y el sol y que llevaba los cabellos grises largos, al igual que su espesa barba. En el sueño yo conocía su nombre y lo llamaba de esa forma, pero lamentablemente al despertar olvidé esos detalles. Otro de mis amigos era un muchacho, más joven que yo por lo que vi, que era de carácter tranquilo y afable. Él contrario a mí tenía el pelo muy negro y algo ondulado y me parece que sus ojos eran claros, y me transmitían mucha confianza. También lo llamaba por su nombre, sin embargo, igual que con el otro personaje, al despertar no pude recordar ese detalle.
Recuerdo bien que los tres y par de sujetos más nos subimos a una especie de camioneta, pero ésta volaba y cuando llegaron los enemigos, estos parecían hombres, aunque iban vestidos con overoles blancos y llevaban la cabeza cubierta con cascos del mismo color. Empezaron a dispararnos y nosotros a ellos y uno a uno mis compañeros fueron todos pereciendo. Primero fueron los dos sujetos que no recuerdo, luego el señor de la barba y finalmente el chico del cabello negro. Recuerdo que cuando se éste último se estaba muriendo trataba de sonreírme y me pedía que me salvara, que no me fuera a morir allí y yo mientras tanto por dentro sentía tanta rabia por haber perdido a mis amigos, que salí disparando como un loco y eso me permitió escapar de mis enemigos.
Cuando regresé a tierra una mujer me informó que el ataque había sido devastador para nuestro bando, que prácticamente estábamos vencidos y luego de eso me señaló que ultimo de mis amigos estaba agonizando en la clínica improvisada que teníamos en unos túneles bajo tierra. Yo sin responderle nada salí corriendo para ir a ver a mi amigo y recuerdo que entré a una especie de bodega o estacionamiento oscuro y que en el fondo vi una cama, sobre la cual estaba acomodado un hombre con aspecto de nativo americano. Él se veía mucho mayor que yo y tenía la piel rojiza, la nariz grande y aguileña y el cabello negro y lacio estaba esparcido por toda la almohada de color verde claro, que hacía juego con el verde malva del cobertor. Yo me acerqué a él y noté que había más gente acompañándolo y todos cargaban velas, como si ya estuviera muerto, porque de hecho lo parecía, aunque yo sabía que no todavía, porque podía verlo respirar y abrir los ojos de vez en cuando. Como dije, llegué junto a su cama y comencé a hablarle, le dije que no podía morirse él también y que tenía que aguantar, pero en respuesta él solo me sonrió y un instante después exhaló su último suspiro. El verlo muerto me enfureció de nuevo y salí rápidamente de ese lugar, decidido a ir a pelear aunque hubiesen pocas esperanzas de ganar y entonces me subí a una de las naves que usaban todos nuestros soldados, las cuales tenían la forma de autos compactos de color rojo.
Arriba de ésta nave logré alcanzar a los demás soldados, los cuales estaban siendo aniquilados por la tecnología del enemigo. Uno a uno las naves-carro eran seleccionadas por un aparato con forma celular, que era sostenido por uno de esos sujetos vestidos de blanco y una vez que éste programaba una serie de números, la nave-carro iniciaba un conteo regresivo y explotaba segundos después. De esa forma estaban siendo destruidos, mientras que yo miraba todo sin poder hacer nada, porque por más que disparaba mis tiros no llegaban hasta el sitio donde se encontraba aquel sujeto. De pronto entré como en una especie de trance y tuve una visión sobre que ese sujeto iba a programar a una de esas nave-carro para que fuera a estrellarse contra una estación espacial que nos pertenecía a los terrícolas. Pude ver la explosión y todo mientras estaba en el trance y cuando desperté aceleré a toda velocidad y embestí al tipo que sostenía el control remoto y me lo lleve.
Luego aparecí en la estación espacial y estaba en la sala de un apartamento común, sentado en la sala con dos personas. Para mi sorpresa, aunque yo seguía siendo aquel muchacho, las personas con las que estaba eran mi padre y mi madre en la vida real y mi papá sostenía en la mano el control o celular, el cual en la caratula mostraba un contador en el que se veía que solo quedaban quince minutos. Recordé entonces la visión que había tenido y supe que esos quince minutos eran los que restaban para que la nave se estrellara contra nosotros. Sobresaltado me puse en pie y bajé a una habitación a pensar y al hincarme sobre la cama, mostrando mi desesperación, tomé en mis manos lo que parecían unos audífonos de diadema de color negro y los sostuve en mis manos por un rato, mientras pensaba que podía hacer para evitar la catástrofe. Primero pensé que si le decía a esas personas (mis padre en la vida real, dos personas que me importaban mucho dentro del sueño) lo que iba pasar, lo que sucedería es que intentaríamos detener el contador y que durante los siguientes minutos los haría pasar por una terrible angustia sin motivo, pues estaba seguro que no había forma de detener la programación. Casi llego a la conclusión de que lo mejor sería no decirles nada y esperar que cuando todo explotara, todo sucediera tan rápido que ellos no tuvieran tiempo de darse cuenta de lo que sucedía y luego de eso tuve una ocurrencia cargada de ironía, en la que me decía a mí mismo que al menos si me mantenía lo más cerca posible de la explosión, ni siquiera sentiría el dolor, pero eso solo me hizo enojar más y con una determinación tomada me levanté y volví a subir a la sala. Rápidamente les informé a esas personas lo que ese contador representaba y entonces el señor y yo volteamos el aparato y nos pusimos a desarmarlo, en un intento por encontrar un mecanismo que detuviera la programación. Y mientras desarmábamos el aparato, me fui llenando cada vez más de angustia y entonces, como si me estuviese diciendo a mí mismo que no quería estar en esa situación, y entonces desperté.