[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 252]
Veamos. La destrucción de Jerusalén a manos de Nabucodonosor, en las proximidades del siglo VI antes de la EC, fue un juicio divino profetizado por Jeremías. La degradación del pueblo judío y de sus líderes religiosos y sus gobernates era, en general, peor que la de los países del entorno. Incluso la idolatría cundía en Jerusalén y en los dominios del reino de Judea, dando lugar a una situación antagónica a la simiente de la mujer simbólica. Por lo visto, las inteligencias demoníacas habían conseguido pervertir a los israelitas hasta el grado de lanzar a la supuesta mayoría de la descendencia de la mujer simbólica contra una minoría de ésta que permanecía fiel (un caso de agresión de un organismo colectivo contra sí mismo, como ocurre en las reacciones autoinmunes). La hipocresía y la total aversión a la guía divina que se había desarrollado en el pueblo judío, por instigación sutil demoníaca, se estaba demostrando ahora en la forma en que eran tratados los profetas enviados por Dios para advertir misericordiosamente a los judíos, pero éstos persiguieron y hasta asesinaron a muchos de aquellos enviados. La alternativa no dejaba mucha elección en los tribunales celestiales: Habría un fin exterminador de aquella gente, a pesar de que provenían de la descendencia abrahámica, puesto que se habían aliado, con o sin conocimiento de causa, con la simiente de la “serpiente”; y sólo unas pocas personas, como pasó en el Diluvio, escaparían de tal fin, es decir, unos cuantos individuos que no se sometieron a la simiente de la “serpiente”. Según reputados historiadores, en el año 625 antes de la EC, los caldeos y los egipcios libraron una batalla decisiva en Carquemis, cerca del río Éufrates, a unos 600 kilómetros al norte de Jerusalén. El rey Nabucodonosor derrotó a los ejércitos del faraón Nekoh, poniendo fin a la dominación egipcia en la zona, pasó a subyugar a Judá y obligó a su rey Joaquim a rendirle vasallaje. Éste era un serio e importante aviso al pueblo judío de que las profecías de destrucción contra Jerusalén estaban en vías de cumplirse, y de que los enviados por Dios para advertir de ello no habían exagerado ni mentido. Se trataba de una última intentona para inducir al pueblo al arrepentimiento, esto es, para hacer que el pueblo optara por obedecer la guía divina y dejara de estar aliado con la simiente serpentina. Nabucodonosor y sus tropas invadieron Judá y cercaron Jerusalén. Por lo visto, Joaquim murió durante el sitio de la ciudad, y su hijo Joaquín se rindió a los babilonios después de haber reinado por sólo tres meses. Nabucodonosor saqueó la ciudad, pero no la destruyó, y se llevó al exilio al rey y su familia, a las familias nobiliarias de Judá, a los hombres respetables y a los artesanos. Entonces, Nabucodonosor puso en el trono de Judá a Sedequías en calidad de nuevo vasallo.
Editado 1 vez. Última edición: 2017-11-14 19:14:45