Pseudoveltíosis natanatórica.

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    • #101

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 101]
    Observamos que hasta Pilato sintió cierta aversión por la injusticia hecha a Jesús, al punto de intentar librarlo de la pena capital; e igualmente Tácito, de mentalidad decididamente anticristiana, refleja en sus escritos que las torturas y vejaciones a las que fueron sometidos los cristianos romanos del tiempo de Nerón inspiraban lástima en algunos espectadores. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿Cómo se vieron estas escenas en los tribunales celestiales? Evidentemente, debieron verse con indignación y con deseos de llevar a cabo una retribución merecida sobre los culpables. ¿Y quiénes eran los culpables? Obviamente, los responsables de tales atropellos eran las fuerzas inteligentes demoníacas y los humanos que formaban parte de la simiente de la serpiente simbólica o satánica, esto es, la gran mayoría de la humanidad. Sin embargo, en la misericordia divina, muchos seres humanos pertenecientes a la simiente serpentina pero ignorantes del alcance de sus acciones iban a tener la oportunidad de reconciliarse con Dios mediante el sacrificio redentor de Cristo y gracias a la tarea cristiana de evangelización mundial. Pero para las inteligencias demoníacas, y para algunos humanos pecadores voluntariosos e inamovibles del error, no habría ninguna posibilidad de obtener la misericordia divina, como parece desprenderse de las siguientes palabras de Jesucristo: “En verdad os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias con que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón (se sobreentiende: Algunos doctos consideran que aquí la expresión “Espíritu Santo” se refiere a la actividad divina puesta en evidencia tangible, como los milagros, los cuales son incontestables y no se pueden negar; por lo tanto, la blasfemia o falta de respeto o negación cínica por parte de los testigos presenciales de estas evidencias, mediante palabras y acciones que impliquen una absoluta y total falta de consideración al respecto, puede suponer un pecado mortal irreversible, esto es, un juicio de muerte irrevocable en los tribunales celestiales; se trataría de un pecado que no puede ser remitido o borrado ni siquiera con la aplicación meritoria del sacrificio de rescate de Jesucristo), sino que es culpable de pecado eterno” (Evangelio según Marcos, capítulo 3, versículos 28-29; Biblia de las Américas, edición de 1986).

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    • #102

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 102]
    Si bien, desde el prisma de la sagrada escritura, los cristianos mártires del primer siglo de nuestra era pasaron con éxito su examen espiritual y consiguieron la aprobación y la bendición divinas (puesto que aportaron sus muchos granos de arena a favor de la causa de la simiente de la mujer simbólica e inclinaron definitivamente la balanza judicial en beneficio de la misma y en detrimento de la causa de la simiente de la serpiente simbólica en los tribunaces celestiales), éste no fue el caso general de los judíos palestinenses de la época, quienes estaban irremediablemente alejados de la norma de Dios y fueron colectivamente culpables (más o menos directamente) del asesinato del Mesías y de la mayoría de las grandes persecuciones malvadas sufridas por los cristianos primitivos. El abandono de toda protección divina sobre la mayor parte de la descendencia abrahámica, siempre reacia al consejo de los profetas, llevó a que la presión de las autoridades romanas sobre el pueblo judío se hiciera más pesada y agobiante con el transcurso de los meses, llegando a su punto máximo a mediados de la década de los años 60 del primer siglo. En efecto, hacia el año 63 se produjo una galopante serie de abusos contra los judíos, contra la casta sacerdotal y contra la propia religión judaica, los cuales culminaron en la Gran Rebelión (o Gran Revuelta) Judía del año 66. Esta Gran Rebelión introduciría una situación de “tribulación magna”, que culminaría en el año 70 con la definitiva y total destrucción de Jerusalén y de su Templo.

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    • #103

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 103]
    Es significativo que Nerón concediera al apóstol Pablo la exoneración de los cargos que los judíos presentaron contra él al principio, cuando hizo su apelación al César, pero muy pocos años más tarde, después del matrimonio de este emperador con la filojudía Popea, la mentalidad de Nerón cambió con respecto a los cristianos y como consecuencia sobrevino contra los seguidores de Jesucristo la gran persecución romana de la segunda mital del año 64. El historiador judío Joseph ben Matityahu, más conocido como Flavio Josefo, afirmó sin ninguna timidez que Popea Sabina, la mujer y amante de Nerón, fue una fanática prosélita judía y devota practicante del culto hebreo, que defendió y abogó siempre por los intereses de los israelitas ante el líder romano. Por ese motivo, algunos historiadores han discernido que fue Popea y el grupo de filojudíos que la secundaba quienes fundamentalmente incitaron a Nerón hasta convertirlo en un implacable perseguidor de los cristianos. Por ende, el apóstol cristiano Pablo fue detenido tras su puesta en libertad y poco después fue decapitado por orden del emperador. Obviamente, existía una animosidad asesina contra los cristianos en la mente de los judíos fervorosos del primer siglo, probablemente alimentada por muchos maestros religiosos hipócritas del judaísmo. Pero el devenir inmediato de los aconteceres históricos no iba a resultar nada favorable para las convicciones judaicas de aquellos tiempos, a pesar de que sus adalides utilizaran las tretas más astutas y sofisticadas en su beneficio. Por ejemplo, en Judea, a finales del año 64, llegaba como nuevo procurador Gesio Floro, quien desde el primer momento mostró la misma corrupción y venalidad que algunos de sus antecesores. Pero hizo aún más: a partir de determinado momento (como si hubiera recibido instrucciones reservadas para ello) practicó una política de continua provocación hacia todo el pueblo judío en general. Ello permite barajar la posibilidad de que la cambiante política del círculo imperial neroniano hubiera penduleado, inclinándose repentinamente en sentido antisemita. Esto puede verse confirmado por el hecho de que, en el año 66, Nerón mató a patadas a su esposa Popea, que estaba embarazada, durante una discusión doméstica; y es posible que los judíos perdieran con ello a su principal valedora y al mismo tiempo el favor imperial que habían tenido hasta entonces y se vieran nuevamente hostigados tanto en Roma como en la propia Judea a través de Gesio Floro, que actuaba con una hostilidad descubierta. En ese mismo año (66) Nerón falló un pleito entre los grecosirios y los judíos de Cesarea, en contra de estos últimos. Por lo tanto, era evidente que los hebreos ya no contaban con valedores importantes en el círculo imperial. Por lo demás, el propio Nerón despreciaba a todas las religiones, aunque era bastante supersticioso (según el historiador Suetonio, sólo veneraba a una muñeca que le había regalado un hombre del pueblo asegurándole que protegería a su dueño de todo tipo de conspiraciones; y como por entonces se produjo una fallida conjura contra él, Nerón no dejó de tributar honores divinos y sacrificios diarios a su supuesta muñeca protectora).

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    • #104

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 104]
    La gestión y actuación de Gesio Floro como procurador fue en todo caso la más desastrosa y funesta de todas las habidas hasta entonces en Judea. El bandidaje proliferó todavía más y el propio Floro parece que cobraba su parte de muchas de estas bandas y que en algunos casos saqueó a través de ellas aldeas y poblaciones enteras, pues los bandidos aparecían en las aldeas más indefensas con el tiempo suficiente para desaparecer antes de que llegaran con cierto retraso aparente los soldados romanos, que a veces se encontraban en ciudades bastante cercanas. Pero nadie se atrevía a ir a Siria para quejarse ante el gobernador general, Cestio Galo; sin embargo, cuando éste acudió a Jerusalén durante una de las fiestas judías, una gran multitud de personas empezó a quejarse a gritos de los abusos de Floro, quien se reía cínicamente de tales quejas. Cestio calmó a la multitud y les prometió que haría que Floro fuera más moderado en lo sucesivo, pero lo cierto es que no hizo nada al respecto y regresó de nuevo a Antioquía. Según el historiador Josefo, Floro buscaba provocar una sublevación general, confiando en que ese mal mayor impediría la investigación sobre sus crímenes. Pero es más verosímil concluir que su política, abiertamente provocativa, estuviera realmente apoyada por el emperador, que probablemente buscaba una excusa para poder confiscar el tesoro sagrado del Templo de Jerusalén (ya que por aquel entonces las arcas imperiales debían de estar exhaustas, pues Nerón había dilapidado y derrochado sumas ingentes de dinero en sus caprichos y veleidades imperiales). En todo este desenvolvimiento histórico parece que se estaba produciendo ahora un inicio de retribución de justicia universal contra el judaísmo de la época, devolviéndose contra ese ala mayoritaria de la descendencia abrahámica aliada a la simiente serpentina todo el atropello que ella misma había perpetrado previamente contra Jesucristo y sus seguidores.

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    • #105

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 105]
    En este punto, conviene no confundir la malévola actuación anticristiana del judaísmo del primer siglo con el actual judaísmo. Por ejemplo, hacia la Edad Media, y durante la Edad Moderna y parte de la Edad Contemporánea, las actuaciones violentas, exterminatorias y genocidas recayeron más bien en una parte un tanto belicosa de la sociedad denominada “cristiana” (un área extremista de la cristiandad) contra los judíos, quienes llegaron a ser víctimas de las peores tropelías efectuadas en tiempos menos antiguos, la última de las cuales tuvo lugar en la Alemania nazi. También conviene recordar la sublime estupidez cometida por las madres judías involucradas en la chusma inmisericorde que pidió ante Pilato la muerte de Jesucristo y la liberación del bandido llamado Barrabás, clamando a voz en cuello que la sangre del hombre de Nazaret cayera sobre sus cabezas y sobre las de sus hijos o descendientes. Si tales maldiciones autoimpuestas han llegado hasta el siglo XX y se han extinguido en él, no podemos saberlo con exactitud; pero, en todo caso, esa infeliz y provocativa actuación debe ser recordada como una mancha histórica aleccionadora.

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    • #106

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 106]
    Durante la ya malsana procuraduría de Floro se desencadenaron nuevos disturbios en Cesarea que motivaron la retirada de los judíos de esa ciudad a otra cercana, y además el encarcelamiento por este procurador de doce judíos destacados que habían acudido a quejarse provocaron la indignación de los hebreos en Jerusalén. Y por si ello fuera poco para terminar de excitar los ánimos, Floro se apropió de 17 talentos de oro del tesoro del Templo con el pretexto de que el César los necesitaba. Nerón, en efecto, andaba escaso de dinero para sus enormes gastos y dispendios imperiales, pues, entre otros lujos, se había construido un suntuoso palacio, la “Domus Áurea”, en la propia Roma, ocupando una gran parte del recinto urbano de la capital; por consiguiente, el tesoro imperial estaba agotado. Ello condujo a que se aumentaran los impuestos y se recurriera a expolios de todo tipo, y probablemente al deseo de apoderarse también de la totalidad de ese famoso tesoro sagrado judío provocando a través de Floro una sublevación local que justificase el expolio. La multitud judaica, desconocedora de estos contubernios, recorrió las calles de Jerusalén invocando el nombre del César y pidiendo a gritos que se les librara del tirano Floro. Algunos de los amotinados proferían insultos groseros contra el procurador o iban haciendo parodias escarnecedoras con una cesta y pidiendo limosnas “para el pobre y desgraciado Floro”. Éste se dirigió entonces desde Cesarea a Jerusalén con una cohorte de infantería y un destacamento de caballería, y los judíos, viendo que buscaba un pretexto para intervenir militarmente y expoliar la ciudad, cambiaron de táctica y fueron a recibir cordialmente a los soldados y al propio Floro prorrumpiendo en aclamaciones, para así dejar burladas las inicuas intenciones manifiestas del procurador. Pero Floro envió por delante de él a un centurión con 50 jinetes para que ordenaran a los judíos que se retiraran y que no fingiesen ahora cordialidad con alguien a quien habían insultado abundantemente poco antes. La muchedumbre, llena de miedo, se dispersó a sus casas. Floro se alojó entonces en el palacio real de Jerusalén, y al día siguiente se sentó en un estrado delante del edificio. Hizo comparecer a los grandes sacerdotes y a los notables de la ciudad y les ordenó que le entregaran a las personas que le habían insultado públicamente, de lo contrario se tomaría venganza en ellos mismos. Al intentar estos personajes disculpar esos excesos anteriores de las masas, Floro se irritó aún más y envió a sus tropas a saquear una parte de la ciudad alta.

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    • #107

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 107]
    Lo que siguió fue una matanza espantosa, pues los soldados, ávidos de botín, entraron en todas las casas de ese barrio y degollaron a sus ocupantes; la gente huía despavorida por las estrechas callejuelas y los romanos mataban a todo el que se les ponía al alcance; detuvieron a muchas personas pacíficas y las condujeron ante Floro, que mandó azotarlas y luego crucificarlas, y parece que incluso fueron azotados y crucificados algunos judíos con ciudadanía romana, cosa insólita hasta entonces. Josefo testimonia de unos 3600 muertos en aquella trágica jornada, contando mujeres y niños, pues en la matanza del barrio alto ni siquiera se respetó a los recién nacidos. Ésta fue, sin duda, la mayor crueldad que los judíos habían visto cometer a los romanos contra ellos hasta entonces. Por esas fechas, el propio rey Agripa II pasaba por la costa de Palestina de camino hacia Alejandría, adonde acudía a saludar al gobernador de Egipto, Tiberio Alejandro (antiguo procurador de Judea). Su hermana Berenice, en el ínterin, se había desplazado a Jerusalén para realizar una ofrenda religiosa en el Templo. Dice Josefo (en su “Guerra Judaica”, II, 31): “Una gran tristeza se apoderó de Berenice, que se hallaba en Jerusalén y que veía los ultrajes de los soldados. Repetidamente había enviado ella ante Floro a sus oficiales de caballería y a sus guardias personales para que pusieran fin a la matanza. Pero el procurador romano no le hizo caso, pues no pensaba ni en el número de muertos ni en el origen noble de la mujer que le hacía estas súplicas, sino sólo en las ganancias que había obtenido de sus rapiñas. Incluso los soldados llegaron a enfurecerse contra la reina. Las tropas romanas no sólo torturaban y ejecutaban a los prisioneros en su presencia, sino que también la habrían matado a ella si no se hubiera apresurado a refugiarse en el palacio real, donde pasó la noche con su guardia, llena de miedo ante un posible ataque de los soldados. Berenice había viajado a Jerusalén para cumplir una promesa que había hecho a Dios (existe la costumbre de que los que padecen una enfermedad u otro mal hagan voto de abstenerse de beber vino y de afeitarse la cabeza en los treinta días anteriores a aquél en el que van a hacer sus ofrendas). Esto es lo que entonces estaba haciendo Berenice. Acudió descalza delante del estrado de Floro para suplicarle, y, además de no obtener de él ninguna consideración, puso en peligro su propia vida”. Este valeroso comportamiento de Berenice, así como esa insólita religiosidad mencionada por Josefo, dicen mucho de la nobleza de esta mujer, pero también inducen a pensar que quizá se había producido algún cambio personal importante en esta princesa herodiana, y tal vez también en su hermano Agripa, desde aquella ocasión en que, aproximadamente 7 años atrás, escucharon al apóstol cristiano Pablo defeder su causa ante el procurador Porcio Festo.

    Editado 1 vez. Última edición: 2017-07-30 20:20:04

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    • #108

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 108]
    Acerca de dicha ocasión, el registro histórico sagrado lee: «Festo llegó a tomar su puesto de gobernador, y tres días después se dirigió de Cesarea a Jerusalén. Allí los jefes de los sacerdotes y los judíos más importantes le presentaron una demanda contra Pablo. Le pidieron, como favor especial, que ordenara que Pablo fuera llevado a Jerusalén. El plan de ellos era hacer que lo mataran en el camino; pero Festo contestó que Pablo seguiría preso en Cesarea, y que él mismo pensaba ir allá dentro de poco. Les dijo: “Por eso, las autoridades de ustedes deben ir conmigo a Cesarea, y si ese hombre ha cometido algún delito, allí podrán acusarlo”. Festo estuvo en Jerusalén unos ocho o diez días más, y luego regresó a Cesarea. Al día siguiente ocupó su asiento en el tribunal y ordenó que le llevaran a Pablo. Cuando Pablo entró, los judíos que había llegado de Jerusalén se acercaron y lo acusaron de muchas cosas graves, aunque no pudieron probar ninguna de ellas. Pablo, por su parte, decía en su defensa: “Yo no he cometido ningún delito, ni contra la ley de los judíos ni contra el templo ni contra el emperador romano”. Pero como Festo quería quedar bien con los judíos, le preguntó a Pablo: “¿Quieres ir a Jerusalén, para que yo juzgue allá tu caso?”. Pablo contestó: “Estoy ante el tribunal del emperador romano, que es donde debo ser juzgado. Como bien sabe usted, no he hecho nada malo contra los judíos. Si he cometido algún delito que merezca la pena de muerte, no me niego a morir; pero si no hay nada de cierto en las cosas de que me acusan, nadie tiene el derecho de entregarme a ellos. Pido que el emperador mismo me juzgue”. Festo entonces consultó con sus consejeros, y luego dijo: “Ya que has pedido que te juzgue el emperador, al emperador irás”. Al cabo de algunos días, el rey Agripa y Berenice fueron a Cesarea a saludar a Festo. Como estuvieron allí varios días, Festo contó al rey el caso de Pablo. Le dijo: “Hay aquí un hombre que Félix dejó preso. Cuando estuve en Jerusalén, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos me presentaron una demanda contra él, pidiéndome que lo condenara. Yo les contesté que la autoridad romana no acostumbra condenar a muerte a nadie sin que antes el acusado pueda verse cara a cara con los que lo acusan, para defenderse de la acusación. Por eso, cuando ellos vinieron acá, no perdí tiempo, sino que al día siguiente ocupé mi asiento en el tribunal y mandé traer al hombre. Pero los que se presentaron para acusarlo no alegaron en contra suya ninguno de los delitos que yo había pensado. Lo único que decían contra él eran cosas de su religión, y de un tal Jesús que murió y que Pablo dice que está vivo. Como yo no sabía qué hacer en este asunto, le pregunté a Pablo si quería ir a Jerusalén para ser juzgado de esas cosas. Pero él ha pedido que lo juzgue Su Majestad el emperador, así que he ordenado que siga preso hasta que yo pueda mandárselo”. Entonces Agripa le dijo a Festo: “Yo también quisiera oír a ese hombre”. Y Festo le contestó: “Mañana mismo lo oirás”. Al día siguiente, Agripa y Berenice llegaron y entraron con gran solemnidad en la sala, junto con los jefes militares y los principales señores de la ciudad. Festo mandó que le llevaran a Pablo, y dijo: “Rey Agripa y señores que están aquí reunidos con nosotros: ahí tienen a ese hombre. Todos los judíos me han traído acusaciones contra él, tanto en Jerusalén como aquí en Cesarea, y no dejan de pedirme a gritos su muerte; pero a mí me parece que no ha hecho nada que la merezca. Sin embargo, como él mismo ha pedido ser juzgado por Su Majestad el emperador, he decidido enviárselo. Pero como no tengo nada concreto que escribirle a mi señor el emperador acerca de él, lo traigo ante ustedes, y sobre todo ante tí, oh rey Agripa, para que después de interrogarlo tenga yo algo que escribir. Pues me parece absurdo enviar un preso y no decir de qué está acusado”» (Libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 25; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    • #109

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 109]
    El relato sagrado prosigue: «Entonces Agripa le dijo a Pablo: “Puedes hablar en tu defensa”. Pablo alzó la mano y comenzó a hablar así: “Me siento feliz de poder hablar hoy delante de Su Majestad, oh rey Agripa, para defenderme de todas las acusaciones que los judíos han presentado contra mí, sobre todo porque Su Majestad conoce todas las costumbres de los judíos y las cosas que discutimos. Por eso pido que me oiga con paciencia. Todos los judíos saben cómo viví entre ellos, en mi tierra y en Jerusalén, desde mi juventud. También saben, y lo pueden declarar si quieren, que siempre he sido fariseo, que es la secta más estricta de nuestra religión. Y ahora me han traído a juicio precisamente por esta esperanza que tengo en la promesa que Dios hizo a nuestros antepasados. Nuestras doce tribus de Israel esperan ver el cumplimiento de esta promesa, y por eso adoran a Dios y le sirven día y noche. Por esta misma esperanza, oh rey Agripa, los judíos me acusan ahora. ¿Por qué no creen ustedes que Dios resucita a los muertos? Yo mismo pensaba antes que debía hacer muchas cosas en contra del nombre de Jesús de Nazaret, y así lo hice en Jerusalén. Con la autorización de los jefes de los sacerdotes, metí en la cárcel a muchos de los creyentes; y cuando los mataban, yo estaba de acuerdo. Muchas veces los castigaba para obligarlos a negar su fe. Y esto lo hacía en todas las sinagogas, y estaba tan furioso contra ellos que los perseguía hasta en ciudades extranjeras. Con ese propósito me dirigía a la ciudad de Damasco, autorizado y comisionado por los jefes de los sacerdotes. Pero en el camino, oh rey, vi a mediodía una luz en el cielo, más fuerte que la luz del sol, que brilló alrededor de mí y de los que iban conmigo. Todos caímos al suelo, y oí una voz que me decía en hebreo: SAULO, SAULO, ¿POR QUÉ ME PERSIGUES? TE ESTÁS HACIENDO DAÑO A TI MISMO, COMO SI DIERAS COCES CONTRA EL AGUIJÓN. Entonces dije: ¿QUIÉN ERES, SEÑOR? El Señor me contestó: YO SOY JESÚS, EL MISMO A QUIEN ESTÁS PERSIGUIENDO. PERO LEVÁNTATE, PONTE DE PIE, PORQUE ME HE APARECIDO A TI PARA DESIGNARTE COMO MI SERVIDOR Y TESTIGO DE LO QUE AHORA HAS VISTO Y DE LO QUE TODAVÍA HAS DE VER DE MÍ. TE VOY A LIBRAR DE LOS JUDÍOS Y TAMBIÉN DE LOS NO JUDÍOS, A LOS CUALES AHORA TE ENVÍO. TE MANDO A ELLOS PARA QUE LES ABRAS LOS OJOS Y NO CAMINEN MÁS EN LA OSCURIDAD, SINO EN LA LUZ; PARA QUE NO SIGAN BAJO EL PODER DE SATANÁS, SINO QUE SIGAN A DIOS; Y PARA QUE CREAN EN MÍ Y RECIBAN ASÍ EL PERDÓN DE LOS PECADOS Y UNA HERENCIA EN EL PUEBLO SANTO DE DIOS. Así, oh rey Agripa, no desobedecí la visión del cielo, sino que primero anuncié el mensaje a los que estaban en Damasco, luego a los de Jerusalén y de toda la región de Judea, y también a los no judíos, invitándolos a convertirse, y a volverse a Dios, y a hacer obras que demuestren esa conversión. Por este motivo, los judíos me arrestaron en el templo y quisieron matarme. Pero con la ayuda de Dios sigo firme hasta ahora, hablando de Dios a todos, pequeños y grandes. Nunca les digo nada aparte de lo que los profetas y Moisés dijeron que había de suceder: que el Mesías tenía que morir, pero que después de morir sería el primero en resucitar, y que anunciaría la luz de la salvación tanto a nuestro pueblo como a las otras naciones”. Al decir Pablo estas cosas en su defensa, Festo gritó: “Estás loco, Pablo. De tanto estudiar te has vuelto loco”. Pero Pablo contestó: “No estoy loco, excelentísimo Festo; al contrario, lo que digo es razonable y es la verdad. Ahí está el rey Agripa, que conoce bien estas cosas, y por eso hablo con tanta libertad delante de él; porque estoy seguro de que él también sabe todo esto, ya que no se trata de cosas sucedidas en algún rincón escondido. ¿Cree Su Majestad lo que dijeron los profetas? Yo sé que lo cree”. Agripa contestó: “¿Piensas hacerme cristiano en tan poco tiempo?”. Pablo dijo: “Que sea en poco tiempo o en mucho, quiera Dios que no solamente Su Majestad, sino también todos los que me están escuchando hoy, lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas”. Entonces se levantó el rey, y también el gobernador, junto con Berenice y todos los que estaban allí sentados, y se fueron aparte a hablar del asunto. Decían entre sí: “Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte; ni siquiera debe estar en la cárcel”. Y Agripa dijo a Festo: “Se podría haber soltado a este hombre, si él mismo no hubiera pedido ser juzgado por el emperador”» (Libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 26; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    • #110

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 110]
    Según la Wiquipedia, el rey Agripa (27-100 de nuestra era) que escuchó la defensa del apóstol Pablo, junto con el procurador Festo, se llamaba originalmente Marcus Julius Agrippa y es más conocido como Herodes Agripa II, bisnieto de Herodes el Grande (74-1 antes de la EC, autor de la matanza de los niños inocentes), nieto de Aristóbulo IV (31-7 antes de la EC) e hijo de Herodes Agripa I (10 antes de la EC – 44 de la EC, asesino del apóstol Santiago). Agripa II se había criado en la corte del emperador Claudio, pero debido a que tenía sólo 17 años cuando murió su padre, no le dieron el reino que éste tenía. Más tarde, cuando murió su tío, el rey Herodes de Calcis, le dieron su principado. El rey Herodes de Calcis se había casado con la hermana de Agripa II, Berenice. Más tarde Claudio le dio a Agripa II la responsabilidad de nombrar al sumo sacerdote de los judíos, y cambió Calcis por algunos principados en la Palestina del norte. Agripa II también recibió el título de rey. Su audiencia con Pablo le hizo exclamar, irónicamente según algunos doctos bíblicos, haber estado a punto de hacerse cristiano; pues las presiones políticas y familiares, así como el matrimonio incestuoso de Agripa II con su hermana Berenice y quizá también su propia carga de hábitos privados contrarios a la limpieza moral y de difícil renunciación, son los mejores argumentos a favor del punto de vista de dichos doctos.

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    • #111

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 111]
    Por su parte, Berenice (28 – aproximadamente 80 o poco más) fue una princesa judía, hija de Herodes Agripa I y hermana del rey Herodes Agripa II, perteneciente a la dinastía herodiana, que gobernó en la provincia romana de Judea entre los años 39 y 92 de nuestra era. Escasos datos sobre su vida han llegado a través de Flavio Josefo, quien narró la historia del pueblo judío y escribió un relato de la gran rebelión judía del 66. Además, se encuentran menciones sobre ella en Tácito, Juvenal, Dion Casio y Suetonio; y en los Hechos de los Apóstoles también se la nombra. Desde el Renacimiento se ha hecho famosa por su tumultuosa vida amorosa, reputación que comenzó a partir de los antiguos autores romanos, quienes se hicieron eco de la desconfianza contemporánea hacia las princesas orientales. Después de una serie de matrimonios fallidos en los años 40, pasó gran parte del resto de su vida en la corte de su hermano Agripa II, entre rumores (aparentemente bien fundados) de la existencia de una relación incestuosa entre ellos. Durante la primera guerra judeo romana, comenzó una relación amorosa con Tito Flavio, hijo de Vespasiano y futuro emperador. Su impopularidad entre los romanos, sin embargo, obligaron a Tito a cesar su relación con Berenice al ascender al trono en el año 79. Cuando él murió, dos años después, Berenice desaparece de la documentación histórica.

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    • #112

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 112]
    En realidad, a pesar de su brevedad, la vida de Tito (39-81, 41 años) estuvo marcada por muchos sucesos históricos significativos, como la guerra judeo-romana empezada en el 66 del primer siglo y culminada con el sitio y la conquista de Jerusalén en el 70. Tito tuvo un papel muy importante en la guerra, como comandante de las fuerzas romanas de asedio y fue él quien dirigió la destrucción de la capital judía y de su Templo, aunque parece que quiso salvar a este útimo debido a su belleza monumental pero las cosas se le escaparon de las manos. Fue en aquellos años cuando Tito conoció a la princesa Berenice, hermana del rey de Judea Agripa II, aliado de Roma. Los dos se enamoraron y empezaron una relación que continuó durante toda la guerra hasta que Tito tuvo que volver a Roma para celebrar el triunfo de su padre Vespasiano en el 71. Cuando se encontraron por primera vez, Tito apenas tenía 28 años y Berenice 39 y había estado casada ya 3 veces. No son muchos los autores antiguos que hablan de la relación amorosa entre el futuro emperador de Roma (Tito) y la princesa oriental (Berenice). Flavio Josefo, historiador judío y uno de los testigos más importantes de la guerra judeo-romana, omite por completo este aspecto de la vida de Tito. Otros historiadores, como Tácito y Suetonio, hablan muy poco de ella. El silencio de los autores demuestra la hostilidad que Berenice suscitaba en la opinión pública romana, que la considerada un potencial peligro para la estabilidad del imperio. Además, circulaban fuertes rumores de que existía una relación incestuosa entre Berenice y su hermano Agripa. Según algunos autores, el tercer matrimonio, que la princesa contrajo con Polemón rey de Cilicia en el año 65, tenía el objetivo de disipar esos rumores. Pero la unión matrimonial no duró casi nada y el año siguiente Berenice abandonó a su marido para volver a la corte de su hermano. En el mismo año 66 tuvo lugar el primer encuentro con Tito. Su relación con Tito evocaba la de Marco Antonio y Cleopatra y, por su personalidad y sus orígenes orientales, a menudo Berenice fue comparada a la reina egipcia: una “Cleopatra en miniatura” como la describe Theodor Mommsen en su obra (es decir, una reina inteligente y carismática que supo jugar bien con la baraja diplomática para esquilmar de Roma buenos dividendos o ganancias a favor de su país). Pero, a pesar de todo, en el 75 Berenice llegó a Roma junto con su hermano; y, en la capital, Agripa recibió los “ornamenta praetoria” (distinción honorífica de pretor) y Berenice vivió en el palacio imperial, reanudando su relación con Tito. Es muy probable que Berenice esperase convertirse en emperatriz casándose con él y por eso se quedó en Roma hasta el 79; y durante su larga estancia actuó y se comportó como una esposa, llegando incluso a participar en algunos “consilia” (asambleas jurídicas y políticas de ordenación del régimen interior romano); su influencia sobre Tito fue muy fuerte y se reflejó también en las condiciones de los judíos y de los cristianos, que durante los reinados de Vespasiano y de Tito pudieron profesar su religión con libertad. Algunos historiadores modernos piensan que el mismo Tito estuvo muy cercano al ambiente cristiano, tal vez conmovido por haber recibido alguna clase de información acerca de la actuación de los seguidores de Jesús que huyeron de Judea en el año 66 siguiendo las indicaciones proféticas de Jesucristo. Pero cuando Vespasiano fue proclamado emperador, fue inaceptable en Roma que el heredero al trono (Tito, hijo de Vespasiano) tuviera una amante de este talante; no se trataba de escrúpulos morales, bastante escasos en Roma, sino que se temía más bien que la presencia de una princesa carismática oriental conllevase un aumento de los elementos tiránicos del régimen. Es muy probable que Tito tuviera la intención de casarse con Berenice, pero todo en ella representaba una amenaza para el equilibrio del imperio, pues, además, la princesa había ya dado muestra de sus “agallas” durante la guerra, cuando intervino para impedir la masacre de la población en Jerusalén, arriesgando su propia vida ante Floro. El historiador Dion Casio cuenta que hubo una segunda visita de Berenice a Roma, cuando Tito ya era emperador, pero esta vez su estancia fue mucho más breve y ella tuvo que volver a Judea. Después no se sabe lo que le ocurrió a la princesa ni la fecha exacta de su muerte, porque todas las fuentes testimoniales cesan de hablar sobre ella.

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    • #113

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 113]
    Regresando hacia los finales del año 65 o principios del 66, aproximadamente, tras la espantosa matanza que los soldados romanos bajo Floro perpetraron en el barrio o mercado alto de Jerusalén, con un saldo de unos 3600 judíos muertos en aquella trágica jornada, contando mujeres y niños; Floro no dejó que se apagaran los ánimos de una posible revuelta, sino que los avivó aún más. Al día siguiente de la matanza, la multitud acudió al barrio alto y prorrumpió en escalofriantes gritos de duelo por los muertos, a la usanza judía, entre los que se mezclaban gritos contra Floro. Los altos sacerdotes y los personajes judíos más notables, asustados de ello, se rasgaron las vestiduras (según costumbre típicamente hebraica) y se postraron ante la multitud para rogarles que no provocasen a Floro y atrajesen con ello nuevas desgracias y calamidades. La multitud les hizo caso y se dispersó. Pero Floro no estaba satisfecho. Exigió a los sacerdotes y notables que ordenasen al pueblo que acudiesen al encuentro pacífico de las tropas que en ese momento venían desde Cesarea (dos cohortes más); sin embargo, mientras ellos convocaban al pueblo, el procurador envió mensajeros a los centuriones de esas cohortes para que prohibiesen a sus soldados devolver el saludo a los judíos y, en caso de que dijeran algo en contra de él, que utilizaran sus armas. Los más sediciosos de Jerusalén no quisieron obedecer al principio a los sacerdotes y se atrajeron el apoyo de las masas, todavía muy impresionadas por la matanza anterior. Fueron entonces los propios sacerdotes los que tomaron de nuevo la iniciativa y, provistos de los ornamentos sagrados y con la cabeza cubierta de ceniza, consiguieron convencer a la muchedumbre mediante muchos ruegos y súplicas, haciéndoles ver que los romanos buscaban un pretexto para apoderarse de todo el tesoro del Templo y saquear la ciudad.

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    • #114

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 114]
    Por lo tanto, a instancias de los sacerdotes, las muchedumbres judías salieron, pues, al encuentro pacífico de los soldados y les saludaron al pasar éstos junto a ellos; pero como las tropas no les contestaron, los más exaltados comenzaron a proferir gritos contra Floro. Ésa era la señal que esperaban los romanos para cargar contra los judíos, de modo que las tropas se desplegaron, les rodearon y les golpearon con palos sin ningún miramiento, mientras que la caballería arrollaba a los que huían y los pisoteaba. Cundió el pánico y la multitud se apelotonó en las puertas de la ciudad. Muchos murieron asfixiados y pisoteados por la propia masa humana, que era empujada violentamente por los soldados por detrás, en dirección al barrio norte. Los soldados recién llegados, por un lado, y Floro y sus tropas desde el palacio real, por otro, querían llegar hasta la fortaleza Antonia y el Templo. Pero las gentes empezaron por fin a reaccionar; se distribuyeron por los tejados y comenzaron a atacar a los romanos con dardos, piedras y otros proyectiles, y los soldados tuvieron que retirarse al campamento situado en las inmediaciones del palacio real, al no poder superar a la muchedumbre que les bloqueaba el paso por las callejuelas. Los sublevados actuaron con rapidez; se subieron a los pórticos que comunicaban el Templo con la fortaleza Antonia, cortando de este modo las pretensiones de los romanos. Floro, viendo fracasados sus planes de llegar al Templo, convocó a los sacerdotes y al Sanedrín y les dijo que abandonaría la ciudad, pero que dejaría en ella la guarnición que ellos considerasen oportuna si se comprometían personalmente a mantener el orden. A sí se lo prometieron, y Floro, dejando una cohorte, volvió a Cesarea con el resto del ejército.

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    • #115

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 115]
    Una vez en Cesarea, Floro escribió al gobernador de Siria, Cestio Galo, responsabilizando a los judíos del comienzo de las hostilidades; pero las altas autoridades de Jerusalén, y con ellos también la propia hermana del rey Agripa (Berenice) hicieron otro tanto, contándoles a Cestio los numerosos ultrajes y crímenes cometidos por Floro contra la ciudad. Cestio, tras consultar con sus oficiales, decidió enviar primero, antes de acudir con las legiones, a alguna persona de su confianza para que le informase sobre la situación y sobre las intenciones de los judíos. Mandó a uno de sus tribunos, que se encontró con el rey Agripa en una ciudad de la llanura filistea cuando éste volvía de Alejandría. Habían acudido también allí para saludar al rey las altas jerarquías sacerdotales judías, los notables y el Sanedrín. El rey Agripa decidió ir a Jerusalén para calmar los ánimos, y el pueblo salió de la ciudad a recibirle, con los familiares de las víctimas de la matanza al frente de la multitud. Llegados a la ciudad, el rey y el tribuno romano comprobaron personalmente los daños. En la explanada del Templo se convocó al pueblo, y el tribuno le elogió su fidelidad y le exhortó a mantener la paz. Los sacerdotes se dirigieron al rey y le pidieron que enviara embajadores a Nerón para acusar a Floro y no aparecer como sospechosos de rebelión por guardar silencio ante una matanza de tan grandes proporciones. Poco después, el rey convocó de nuevo al pueblo en uno de los estadios de la ciudad, y allí pronunció un discurso con objeto de calmar los ánimos y evitar a toda costa la sublevación. El discurso, íntegramente reproducido por Josefo (La guerra de los judíos, libro II, 345 a 404), es una pieza oratoria de gran calidad, y seguramente sin reinterpretaciones añadidas por el propio Josefo, pues éste dice en otra de sus obras que unos 10 años después de estos hechos le entregó personalmente su obra sobre la guerra judía a Agripa en Roma y que éste la elogió y recomendó por carta su lectura a otras muchas personas. El discurso comenzó con un exordio en el que el rey habló claramente de sus propias intenciones (evitar la guerra) y rogó a todos que examinaran uno por uno los motivos por los que el pueblo se sentía impulsado a sublevarse. Entre otras cosas, dijo: “No hay nada que haga frente a los golpes como el hecho mismo de aguantarlos, pues la paciencia de los agredidos provoca la confusión entre los agresores”. Agripa expuso a continuación un cuadro general de la formidable potencia militar romana, enumerando uno por uno, del oriente al norte y del sur a occidente, todos los grandes pueblos y naciones sometidos al poder de Roma (casi todo el Mundo conocido entonces), haciéndo ver así a los judíos su propia insignificancia y su escasez de recursos para enfrentarse a todo un Imperio: griegos, macedonios, galos, germanos, las numerosas ciudades de Asia Menor, tracios, ilirios, iberos, egipcios, etc. Añadió: “Sólo nos queda refugiarnos en la alianza divina. Pero Dios... está también de parte de los romanos, puesto que es Él el que les ha permitido crear un imperio tan extenso”. Por último, expuso crudamente las calamidades que, por la mala decisión de unos pocos y por la crispación de los ánimos en esos momentos, podían provocar entre sus propios compatriotas y familiares (ancianos, mujeres y niños), además de que facilitarían la completa destrucción del Templo y de las ciudades judías. Cuando acabó de hablar, dice Josefo, rompió a llorar junto con su hermana Berenice, y sus lágrimas calmaron bastante los ímpetus de las masas. Gritaban algunos que no luchaban contra los romanos, sino contra Floro, y Agripa les replicó que los hechos les desmentían, pues habían dejado de pagar el tributo al César y habían demolido los pórticos de la fortaleza Antonia en Jerusalén; y les exhortó seguidamente a pagar ese tributo y a reconstruir dichos pórticos, diciéndoles que ni uno ni otro eran de Floro. Ante esto, el pueblo quedó medianamente convencido, y los magistrados y miembros del Sanedrín se dispusieron a ir por las aldeas recaudando el tributo. De esta forma parecía que el peligro de la guerra se alejaba. Sin embargo, Agripa sobreestimó su propio poder de convicción y quiso también persuadir al pueblo para que de momento obedecieran a Floro hasta que el César enviara a otro procurador. Sin embargo, aquella recomendación echó todo a perder y la masa de los judíos, excitada por los zelotes y otros extremistas, insultaron al rey y algunos hasta le lanzaron piedras, haciéndole abandonar Jerusalén. Agripa envió a Cesarea como comisionados ante Floro a los notables judíos, para que éste escogiera entre ellos a los que habían de recoger los tributos, y a continuación se retiró a su reino, en el nordeste de Palestina.

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    • #116

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 116]
    Pero, en realidad, la revuelta ya había empezado. Un grupo de zelotes y sicarios se dirigieron a la antigua y casi inexpugnable fortaleza herodiana de Masadá, y tras tomarla por sorpresa degollaron a la guarnición romana que la ocupaba y pusieron a gente de los suyos para custodiarla. Un tal Eleazar, hijo del Sumo Sacerdote y que ostentaba el cargo de comandante del Templo, convenció a todos los exaltados para que se prohibiesen en el Templo las ofrendas y sacrificios hechos a favor de los extranjeros. De este modo se dejaron de hacer los sacrificios diarios que hasta entonces se hacían por la salud del emperador. Los notables de la ciudad, los altos sacerdotes y los jefes fariseos intentaron convencer a los sediciosos, pero el control de la multitud se les había escapado ya de las manos. Enviaron en secreto embajadores a Floro, por un lado, y al rey Agripa, por otro, rogándoles el envío inmediato de tropas para acabar con la revuelta en sus comienzos, antes de que ésta incendiase toda Judea. Agripa envió un destacamento de unos dos mil jinetes, que se apoderaron de la parte de Jerusalén conocida como “ciudad alta”, y con ellos se refugiaron los notables judíos, los altos sacerdotes y todos aquéllos que deseaban la paz. Los sediciosos los acosaron con proyectiles y con escaramuzas durante una semana. Los grupos de sicarios salieron ahora a la luz y se unieron a los amotinados. Las masas incendiaron el palacio de los antiguos reyes asmoneos y los edificios anexos que habían sido construidos por Agripa II, y quemaron también los archivos para hacer desaparecer los contratos de los préstamos y las deudas, los cuales no tardaron en arder puesto que comenzaba a declararse un tórrido verano (el aciago verano del año 66). La sublevación tomaba así un cariz demagógicamente revolucionario y social. Las tropas del rey, arrinconadas, tuvieron que retirarse al otro palacio real (el que había pertenecido a Herodes el Grande), situado junto al campamento de la cohorte romana. Los rebeldes atacaron entonces la fortaleza Antonia, donde se habían refugiado algunos soldados de la guarnición romana, que fueron capturados y ejecutados. La fortaleza fue incendiada, y los rebeldes asaltaron de nuevo el palacio real, donde estaba el resto de las tropas romanas y los soldados de Agripa; pero la mayoría de los sacerdotes y oligarcas judíos, que habían estado con ellos, huyó por las galerías y las alcantarillas subterráneas.

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    • #117

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 117]
    Un fanático zelote llamado Manahem (hijo del famoso mesías fallido llamado Judas el Galileo, que se levantó contra los romanos y fue eliminado por éstos en tiempos del gobernador Quirino, a principios del siglo I de nuestra era) volvió de Masadá con una guardia personal de bandidos perfectamente equipados en los arsenales de la fortaleza y se hizo el jefe de la revuelta, dirigiendo el asalto contra el palacio real. Se permitió salir a los soldados de Agripa y a otros judíos, bajo juramento de respetar sus vidas, y entonces los romanos se quedaron solos y completamente desalentados. Unos sicarios sorprendieron al Sumo Sacerdote escondido en un canal cercano y le asesinaron. Sin embargo, pronto surgieron las disensiones entre los rebeldes a causa de los excesos de Manahem, cuya tiranía y crueldad se hacían insoportables incluso para muchos sublevados, sobre todo para Eleazar y su grupo, y éstos se apoyaron en el profundo odio que la mayoría de la población sentía hacia los sicarios, que tanto les habían aterrorizado hasta poco antes de la revuelta. Manahem fue sorprendido cuando con una pequeña escolta de los suyos se paseaba arrogantemente por la explanada del Templo: la muchedumbre se les echó encima, y aunque el propio Manahem consiguió huir, luego fue capturado, escondido en una cloaca, y linchado salvajemente. De este modo acabó la efímera jefatura de estos sicarios en Jerusalén; el resto de sus hombres huyeron a refugiarse con los suyos en la fortaleza de Masadá. Entretanto, el prefecto romano, sitiado junto a sus soldados, envió emisarios al nuevo jefe de las masas sublevadas, Eleazar (no menos fanático y criminal que el anterior), ofreciendo entregarse a cambio de sus vidas. Los rebeldes aceptaron y enviaron a algunos judíos a establecer los acuerdos y juramentos. El prefecto bajó con sus soldados. Nadie les atacó mientras estuvieron armados; pero cuando, según lo pactado, los romanos entregaron sus armas y se dispusieron a retirarse, los hombres de Eleazar los rodearon y los mataron a todos, excepto al propio prefecto, que fue el único que les suplicó que le perdonasen la vida con la promesa de hacerse judío y circuncidarse. La matanza de estos romanos, según hace notar Josefo, había tenido lugar en sábado, día sagrado de los judíos y evidentemente profanado por Eleazar. Ahora, consumada esta acción, todos comprendieron que la guerra era del todo irreversible. Ese mismo día, los habitantes grecosirios de Cesarea asesinaron a todos los judíos que aun quedaban en dicha ciudad (varios miles). El propio Floro y sus tropas colaboraron en la matanza. Los judíos, a su vez, saquearon varias aldeas de Siria y algunas ciudades de la Decápolis, así como otras ciudades de la franja de Gaza. Los sirios, por su parte, mataron a los judíos de sus ciudades. Josefo escribe: “Todas las ciudades se dividieron en bandos, y la única forma de salvarse era que los unos se anticiparan a dar muerte a los otros”.

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    • #118

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 118]
    Poco se sabe de lo que sucedió con las comunidades cristianas asentadas en la zona palestinense durante el verano del 66. La Biblia no contiene información al respecto, pues desde el año 65 (en que el apóstol Pablo, en Roma, escribió su Segunda Epístola al cristiano Timoteo desde la prisión en donde se hallaba y en donde ese mismo año fue decapitado por orden de Nerón) hasta el año 96 (cuando el apóstol Juan, casi centenario, escribió el Apocalipsis en su aprisionamiento en la ista de Patmos) existe una laguna documental en este sentido. Ahora bien, según la tradición eclesiástica primitiva, de fiabilidad incierta, los cristianos de Jerusalén y de Judea emigraron poco a poco al otro lado del río Jordán, hacia la región de Perea, de tal manera que durante aquel sofocante verano del 66 sólo quedaría un remanente menos grueso de seguidores de Jesucristo en la zona duramente afectada por la sublevación. En las comunidades de Siria parece que en general fueron respetados y tolerados, entre otras cosas porque quizás las comunidades cristianas del lugar eran plurirraciales y habían dado muestras de su pacifismo y de su distanciamiento de las controversias sociopolíticas de la época. Dice Josefo, tal vez en alusión a los cristianos y a matrimonios mixtos de sirios y judíos, que los sirios tenían bajo sospecha a los simpatizantes de los hebreos pero nadie se atrevía decididamente a matar a este grupo ambiguo que había entre ellos, aunque recelaban de esta población mixta y la trataban como si fuera una masa de extranjeros.

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    • #119

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 119]
    Para agosto-septiembre del año 66, las matanzas aumentaron enormemente por toda Palestina. La descripción de Josefo es estremecedora: “Incluso los que antes habían parecido más pacíficos eran ahora empujados por la avaricia a cometer crímenes contra los enemigos. Se robaban impunemente los bienes de las personas asesinadas y se llevaban a sus propias casas los despojos de las víctimas, como si se tratara de una batalla. Era considerado un individuo famoso aquél que más provecho había sacado, dado que éste era el que había asesinado a más gente. Se podían ver las ciudades llenas de cadáveres sin sepultar y tirados en el suelo los cuerpos de ancianos, de niños pequeños y de mujeres, a las que no habían dejado nada que cubriera su pudor. Toda la provincia se llenó de desgracias inenarrables, pero aun peor que las crueldades que tenían lugar cada día era la tensión que producía la amenaza de nuevos males”. Los muertos se contaban por decenas de miles en diversas ciudades (Escitópolis, Ascalón, Ptolemaida, y muchas otras), y eran muchos más los detenidos y encarcelados, según el odio o el miedo que cada una de ellas sintiera hacia la población judía, asegura Josefo. Tan sólo Antioquía, Sidón, Apamea y Gerasa impidieron que se matase o apresase a ningún judío residente en ellas. En el reino de Agripa II algunos cortesanos conspiraron aprovechando la ausencia de este rey, que había ido a Antioquía a ver al gobernador romano Cestio Galo, pero fueron eliminados. Los soldados romanos de la fortaleza de Maqueronte, en la Transjordania, recibidas garantías suficientes, se retiraron del lugar, que fue ocupado por los judíos sediciosos. También en Egipto, en la superpoblada Alejandría (una ciudad de casi 300.000 habitantes) hubo revueltas antijudías. Las autoridades romanas castigaban diariamente a gente de los dos bandos, grecoegipcio y judío, para reprimir los disturbios. Pero tras uno de esos incidentes diarios, la multitud judía se amotinó y se dirigió hacia el anfiteatro con antorchas, amenazando con quemarlo con todos los alejandrinos allí reunidos. El gobernador, Tiberio Alejandro (emparentado con la aristocracia judía de la ciudad), para evitar una matanza sobre los grecoegipcios intentó al principio disuadir a los hebreos con razonamientos, a través de personalidades de prestigio en su comunidad, pero los amotinados les insultaron y les echaron. El gobernador envió entonces a las dos legiones romanas acampadas en la ciudad. Las tropas entraron en el barrio denominado Delta, el principal de los dos barrios judíos (los otros 4 barrios de Alejandría se denominaban también con las primeras letras del alfabeto griego), y saquearon y quemaron las casas, con mujeres, niños y ancianos dentro. Josefo da la cifra aparentemente exagerada de 50.000 cadáveres amontonados; con todo, debieron de ser varios miles, aunque la matanza parece que fue obra sobre todo de la plebe de Alejandría más que de los propios romanos.

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    • #120

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 120]
    El gobernador de Siria, Cestio Galo, decidió que ya era el momento de intervenir militarmente en Judea. Reunió a la legión XII (Fulminata), más 2000 soldados escogidos de las otras tres legiones que había en Siria, a los que añadió numerosas fuerzas de caballería, y muchas tropas auxiliares. El rey Agripa II aportó 3000 soldados de infantería y un millar largo de jinetes. Agripa en persona acompañó a Cestio con el ejército. Se incendiaron algunas poblaciones rebeldes que encontraron desiertas a su paso, pues la gente había huido a las montañas. Tras la marcha de las tropas romanas, los judíos aparecieron por sorpresa y cayeron sobre algunos de los auxiliares sirios que se entretenían demasiado en los saqueos de esas poblaciones, y mataron a varios centenares de ellos. Cestio asaltó la ciudad de Jope, cuyos habitantes fueron cogidos tan desprevenidos que no tuvieron tiempo ni de huir ni de defenderse. Murieron más de 8000 personas, según Josefo. Varios destacamentos romanos asolaron toda la región, y una parte del ejército fue enviada a Galilea. La ciudad más fortificada de Galilea, Séforis, se mantuvo pacificada y recibió a los romanos con aclamaciones, por lo que todas las demás ciudades galileas importantes les imitaron, aunque numerosos grupos de rebeldes y bandidos huyeron a los montes, siendo luego cercados y desbaratados por los romanos. Cestio prosiguió el avance por Judea e incendió Lida, que también encontró vacía. Los de Jerusalén, sin embargo, hicieron una salida repentina contra las fuerzas romanas que se acercaban, y llegaron a ponerlas en apuros, aunque la maniobra de la caballería y de la infantería no implicada en la lucha salvó la situación para los romanos. Con todo, el revés fue de consideración: murieron más de 500 romanos frente a una veintena de bajas judías.

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    • #121

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 121]
    Probablemente, hacia la segunda mitad de septiembre del año 66 ocurrió esta repentina desgracia bélica contra los romanos, donde perdieron medio millar de hombres y donde también pudieron constatar que no sería nada fácil tratar de combatir la rapidez y la eficacia de las guerrillas judías. Cestio Galo permaneció en el lugar (es decir, en el entorno de Lida) durante varios días, y nuevamente fue hostigado en la retaguardia por diversos grupos de guerrilleros. El rey Agripa II, considerando la situación y viendo el peligro que podía correr el ejército de Cestio, envió negociadores a Jerusalén, pero los extremistas zelotes los atacaron antes de que pudieran siquiera decir a qué habían ido. A la gente del pueblo que protestó por este hecho, los extremistas los apalearon y apedrearon. Josefo explica estos acontecimientos de la siguiente manera: “Agripa trató ahora de negociar con los judíos. Envío a dos de sus amigos a ofrecerles la amnistía en nombre de Cestio, si los judíos entregaban las armas. Pero los rebeldes, temiendo que la multitud entera pudiera aceptar la propuesta, atacó a los emisarios, dando muerte a uno e hiriendo a otro. Los ciudadanos que protestaron por esta acción fueron apedreados y apaleados”.

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    • #122

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 122]
    Debían ser las proximidades del mes de noviembre del 66 cuando Cestio puso sus tropas en orden de batalla, pero los judíos, impresionados por los efectivos militares, la férrea disciplina y la amenazadora formación de batalla del ejército romano, se refugiaron todos en el interior de la ciudad santa. A continuación, Cestio parece que envió un ala de su ejército en avanzada y prendió fuego a las casas de los suburbios de la parte norte de Jerusalén (la Bezeta) sobrepasando con relativa facilidad las murallas sudoccidentales que la protegían. Ésta era la denominada “tercera muralla” de la ciudad, de construcción más reciente y menos inexpugnable que las otras 2 murallas de la misma ciudad (pues había 3 murallas que defendían el perímetro de Jerusalén). La construcción de la misma fue iniciada por el rey Herodes Agripa I en el año 41 y se detuvo en el año 44, a causa de la muerte de este monarca; pero al comienzo de la gran rebelión judía, en la primavera del año 66, los sublevados completaron la construcción de dicha muralla como medida cautelar frente a posibles represalias futuras de los romanos y de sus apoyadores. Unos 3 días antes del ataque e incendio de la Bezeta, Cestio acampó con el grueso de sus tropas en extramuros, en un enclave llamado Monte Escopo (Scopo o Skopus), a un kilómetro de Jerusalén, donde probablemente había una atalaya u observatorio desde el cual se dispondría de una buena vista de la ciudad y de todo su perímetro, así como de todo el teatro de operaciones militares previstas contra la parte norteña y central de la ciudad. También parece que durante el asalto incendiario de la Bezeta, o tal vez a continuación del mismo, Cestio ordenó un segundo asentamiento o campamento romano en las inmediaciones de la Ciudad Alta (barrio alto), frente al palacio real (Palacio de Herodes), como entre 100 y 400 metros de distancia del denominado “primer muro” de la ciudad, donde posteriormente también acamparían las legiones de Tito (en la primavera del año 70). Respecto a esta primera muralla, parece que fue construida por el rey Ezequías de Judá a finales del siglo VIII antes de la EC, pues en la Biblia hay una descripción detallada de su edificación en las vísperas de la invasión asiria en el territorio palestinense; se trataba de una muralla increíblemente ancha (de cerca de 7 metros), según los restos arqueológicos encontrados, y construida con grandes piedras; una poderosa fortificación ideada para proteger un nuevo barrio residencial construido en la colina sudoeste de Jerusalén, que, hasta aquel entonces, comprendía sólo la Ciudad de David y el Templo en el Monte Moría; pero la muralla fue dañada a comienzos del siglo VII antes de la EC, cuando Jerusalén fue conquistada por los babilonios bajo Nabucodonosor; no obstante, hacia el siglo II antes de la EC, esta primera muralla fue restaurada por los gobernantes asmoneos o macabeos, que invirtieron ingentes esfuerzos por aumentar el área de Jerusalén y reforzar sus fortificaciones. Por consiguiente, dicha primera muralla era mucho más sólida que la tercera, razón por la cual la ofensiva inicial de Cestio Galo contra la ciudad santa se dirigió a la parte más baja y aparentemente más vulnerable de la tercera muralla.

    Editado 2 veces. Última edición: 2017-08-19 11:18:58

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    • #123

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 123]
    Tal vez Cestio hubiera podido entonces forzar varias de las diversas entradas de la ciudad y apoderarse rápidamente de ella, puesto que parece que los rebeldes zelotes se encontraban en ese momento muy intimidados y no poseían pleno control sobre la situación en intramuros, dado que muchos de los judíos sitiados albergaban la esperanza silenciosa de que se pactara una honrosa rendición, permitiéndose al fin que los romanos entraran en la ciudad y la controlaran, terminando así con aquella amarga y descabellada rebelión. Sin embargo, el máximo comandante romano adoptó una postura extremadamente desconfiada y prudencial, puesto que ignoraba el verdadero estado de vulnerabilidad de la ciudad y evidentemente no percibía que los ánimos de los sitiados estaban muy divididos y que era tal la desazón que, según Josefo, no hubiera sido muy difícil el éxito de los atacantes. A esto habría que añadir que, según parece y también según lo que afirma Josefo, la mayoría de los comandantes de la caballería y algunos prefectos del ejército de Cestio hicieron desistir a éste de la idea de continuar asaltando la ciudad porque estaban sobornados por el dinero que les dio Floro (dicho soborno es una afirmación cuestionable, pero en todo caso sí es posible que aquellos comandantes estuvieran temerosos de que se produjeran emboscadas en intramuros y hasta en la retaguardia de los campamentos en extramuros, dado que no era posible ignorar una eventual acción guerrillera venida desde las colinas y montañas circundantes). Parece que algunos notables de la ciudad le hicieron saber a Cestio que le abrirían las puertas de la primera muralla, quizás aprovechando que los zelotes se habían refugiado mayoritariamente en el interior de las murallas del Templo y en la fortaleza Antonia; pero, por lo dicho, el máximo comandante romano no se fiaba de ellos y no les hizo caso. Más bien, los romanos intentaron el asalto por varios puntos de la muralla durante 5 días, pero fueron rechazados por los defensores. Parece que en una de las últimas ofensivas los romanos hicieron un “testudo” (cubierta que formaban alzando y uniendo los escudos sobre sus cabezas para protegerse), socavaron el muro norte del templo e intentaron incendiar la puerta denominada “de las ovejas”, mientras que los defensores cedían al verse abrumados por una lluvia de proyectiles lanzados contra las murallas.

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    • #124

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 124]
    Tomada la Bezeta, los romanos de vanguardia avanzaron en “testudo” contra el muro norte del templo, como se ha dicho, con el objetivo de incendiar la “puerta de las ovejas” y penetrar así en lo más inexpugnable de la ciudad, mientras que los zelotes defensores cedieron al verse sometidos a un alud de flechas y proyectiles lanzados por los romanos de la retaguardia contra las murallas inmediatas a dicha puerta, mediante sus arqueros y sus máquinas de guerra y catapultas, en apoyo a los zapadores (la vanguardia de soldados bajo testudo que intentaban horadar la puerta). Podemos imaginar a algún cristiano mirando furtivamente, desde la primera muralla, la acometida romana contra la puerta norte del templo, a respetable distancia de seguridad evidentemente, pues parece que toda la actividad bélica de la ciudad se había concentrado ahora en dicha zona y que el resto de la primera muralla apenas estaba siendo defendida ni atacada. Probablemente, a un tal espectador, aleccionado en las profecías de Jesucristo acerca de los fines de los tiempos, tendrían que asaltarle y bullirle en la memoria las palabras contenidas en el evangelio (que, con toda seguridad, eran frecuentemente leídas en las reuniones privadas que celebraban los cristianos en la Jerusalén hostil a las buenas nuevas de aquella época): “El profeta Daniel escribió acerca del horrible sacrilegio (se sobreentiende: Daniel el profeta registró una predicción concerniente al desahucie final de la ciudad santa y de su templo, tenido éste por sagrado incluso por los primeros seguidores de Jesús antes de que Dios mismo lo rechazara mediante hacer que el cortinaje que cerraba el recinto del Santo de los Santos se rasgara en dos pedazos cuando el Mesías expiró; por lo tanto, dicha profecía señalaba a una sazón que, vista desde el prisma de los judíos en general, tanto de los seguidores de Jesucristo como de los que lo repudiaron, equivalía a un sacrilegio o profanación de aquel centro de adoración universal situado en Jerusalén, tal como efectivamente ocurrió en noviembre del año 66 cuando los ejércitos romanos intentaron socavar o zapar la Puerta de las Ovejas que daba acceso a dicho Templo). Cuando ustedes lo vean en el Lugar santo — el que lee, entienda — (se sobreentiende: Estas palabras de Jesucristo llaman atención particular a los cristianos de Judea, puesto que los acontecimientos que describen ocurrirían en Jerusalén, teniendo como centro de atención el Lugar santo o Templo; y el Maestro, sabiendo que tras su muerte se escribirían sus palabras, instó a leer este pasaje sagrado con mucha reflexión, de tal manera que se aplicara entendimiento o perspicacia a la interpretación o exégesis de la profecía, sin olvidar que concordaba con lo dicho por Daniel el profeta acerca del mismo evento), entonces los que estén en Judea, que huyan a las montañas (se sobreentiende: A la zona montañosa que mejor les conviniera en distancia prudencial y salvaguarda, y que resultó ser el entorno inmediato de la ciudad de Pella o Pela); y el que esté en la azotea de su casa, que no baje a sacar nada (se sobreentiende: El cristiano que viere la señal profética cumplirse no debería dilatarse o entretenerse en huir a las “montañas” por medio de hacerse un equipaje o tomar provisiones para el viaje); y el que esté en el campo, que no regrese ni aun a recoger su ropa. Pobres mujeres aquéllas que en tales días estén embarazadas o tengan niños de pecho (se sobreentiende: Parece que tales palabras aplicarían a mujeres judías que no eran cristianas y, por ende, no atisbarían ninguna señal profética que las pusiera alerta para huir; sin embargo, toda cristiana que se hallara en la zona de peligro y se dilatara en emprender la huida tal vez pudiera verse implicada en el mismo horror que les sobrevendría a sus vecinas judías). Pidan ustedes a Dios que no hayan de huir en el invierno (se sobreentiende: Huir en pleno invierno hacia una zona montañosa donde incluso pudiera nevar en el camino, sin llevar provisiones para tal viaje, podría significar, sobretodo para los niños y los ancianos, una muerte casi segura) ni en sábado (se sobreentiende: Los cristianos que vivieran en la ciudad de Jerusalén estarían sometidos a una serie de leyes sociales propias del judaísmo, entre ellas las leyes sabáticas, que suponían una notable restricción para poder entrar o salir de la ciudad santa en día de sábado); porque habrá entonces un sufrimiento tan grande como nunca lo ha habido desde el comienzo del mundo ni lo habrá después (se sobreentiende: El sufrimiento del fin del mundo judío del primer siglo, centrado en Jerusalén y su Templo sagrado, sería indescriptible, sin parangón en toda la historia pasada o futura del pueblo de Israel; sin embargo, tal final llegó unos 4 años más tarde del ataque de Cestio Galo, a saber, en el año 70, a manos del general Tito, futuro emperador de Roma). Y si Dios no acortara ese tiempo, no se salvaría nadie (se sobreentiende: A menos que Dios interviniera, ni buenos ni malos sobrevivirían; y esto trae a la memoria el Diluvio, cuando, gracias a que Dios instruyó a Noé para que construyera un arca, él y sus otros 7 familiares fieles fueron los únicos seres humanos que escaparon con vida; pero aquí determinados eruditos ven una aplicación profética principal para el fin del mundo futuro y no el que ocurrió en Judea en el año 70 de la EC, dado que los registros históricos muestran que hubo sobrevivientes judíos que fueron esclavizados por los romanos cuando Jerusalén fue destruida en dicho año 70 de nuestra era, esto es: en ese año fatídico para Jerusalén y su templo no fue necesario que Dios acortara el “tiempo de aflicción” en beneficio de los fieles seguidores de Cristo en Judea, entre otras cosas porque prácticamente todos ellos habían huído a Pela a partir de finales del año 66); pero lo acortará por amor a los que ha escogido” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 15-22; Versión popular de la Biblia, también denominada “Dios Habla Hoy”, de 1996).

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    • #125

    [Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 125]
    Es muy posible que los cristianos que residían en Judea, en aldeas y poblaciones del entorno geográfico de Jerusalén, hubieran emprendido su huída a Pela incluso antes del asedio de la ciudad santa por Cestio Galo en noviembre del 66. Ello estaría en concordancia con el apresto que dio Jesucristo a sus seguidores unas 3 décadas atrás, en los siguientes términos: “Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes (se sobreentiende: La marcha de Cestio Galo hacia la ciudad santa, para asediarla y tomarla, debió ser ostensible para todos los pobladores de la zona, pues este general romano comandaba un gran ejército que iba devastando, expoliando e incendiando casi todas las villas que se cruzaban en su camino y nadie ignoraría que el punto final de ese itinerario militar era la toma de Jerusalén; por consiguiente, es bastante probable que muchos cristianos de las aldeas y poblados de la zona se hubieran marchado en dirección a las montañas y, de haberse organizado bien, tal vez todos se encaminaron hacia Pela); y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen (se sobreentiende: Los cristianos de intramuros de la ciudad santa difícilmente podrían salir de dicha ciudad bajo asedio, de manera que habrían de esperar con confianza en Dios y paciencia a que de alguna manera se les presentara la oportunidad de huír); y los que estén en los campos, que no entren en ella (se sobreentiende: Según los registros históricos, la reacción de los israelitas de las inmediaciones rurales de Jerusalén ante el avance y aproximación de las tropas de Cestio Galo fue la de refugiarse en la ciudad santa, pero los cristianos del lugar estaban aleccionados de que tal maniobra de supervivencia era una trampa que debían evitar); porque éstos son días de venganza (se sobreentiende: Según algunos doctos bíblicos, basándose en la etimología de los términos originales que se traducen “venganza” y también en la concordancia semántica con otros pasajes de la sagrada escritura que mencionan situaciones similares, aquí “venganza” se refiere a justa retribución o pago ineludible, el cual, de no efectuarse, pondría en entredicho el amor de Dios por lo que es recto y verdadero, algo que evidentemente sería altamente decepcionante en los tribunales celestiales), y se cumplirá todo cuanto está escrito” (Evangelio según Lucas, capítulo 21, versículos 20-22; Biblia de Jerusalén de 1975).

    Editado 2 veces. Última edición: 2017-08-17 09:32:27

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