[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 129]
Por consiguiente, la gran pregunta de cómo huir a las montañas, que los cristianos confinados en Jerusalén se estarían planteando ante el asedio romano contra el Templo, que auguraba la caída o muerte inminente de la ciudad, estaba a punto de ser contestada. En efecto, Josefo concluye el capítulo XXIV del libro II de su obra “Las Guerras de los Judíos” de la siguiente manera: “Así, pues, Cestio, sin saber los ánimos del pueblo, ni la desesperación de los cercados, hizo retraer su gente (nota: Dio orden a sus tropas de retirarse del asedio), y sin alguna esperanza, muy desacordada e injustamente, sin algún consejo partió (nota: Además, se batió en retirada). Su huída, no esperada, dió aliento a la confanza de los ladrones, tanto que salieron a perseguir la retaguardia de los romanos y de ellos mataron a algunos, así de los de a caballo como de los de a pie (nota: Esa retirada romana, ordenada por Cestio Galo, fue del todo contraproducente para él y para su ejército, puesto que hizo que los zelotes pasaran rápidamente desde un estado de ánimo derrotista, a punto de claudicar, a un estado de ánimo triunfalista, agresivo y extremadamente virulento, que inicialmente se tradujo en un empuje bélico contra la retaguardia romana que se cobró algunas bajas entre los romanos rezagados). Entonces Cestio se aposentó en el real que antes había guarnecido en Scopo (nota: Aparentemente, la caída de la noche hizo cesar el hostigamiento contra los romanos, que acamparon en el Monte Escopo, donde se establecieron al comienzo, antes de lanzar su ofensiva contra Jerusalén); y al día siguiente, mientras más tardaba, más provocó a los enemigos, los cuales, alcanzando los postrimeros, mataban muchos, porque el camino era de ambas partes cercado de vallas, y tirábanles saetas desde ellos, y los postreros no osaban volver hacia los que daban en sus espaldas, pensando que infinita muchedumbre seguía tras ellos (nota: A la mañana, parece que el ejército romano se retiraba pesadamente, con dificultad, lo cual envalentonó todavía más a los zelotes; de manera que los sublevados comenzaron a producir numerosas bajas en la retaguardia romana, que huía despavorida, pensando que una enorme cantidad de guerrilleros la perseguía, razón por la cual no se organizaron para hacer frente a sus perseguidores y detener así el avance de éstos; y esa caótica desbandada les costó aún mayor cantidad de bajas). Tampoco bastaban a resistir a la fuerza de los que por los lados les aquejaban y les herían, porque eran pesados con las armas por no romper la orden, y porque veían también que los judíos eran ligeros y que fácilmente podían correr, donde procedía que sufrían muchos males sin que ellos pudiesen dañar a los enemigos (nota: Los romanos se retiraban por terreno desfavorable para ellos, pues dicho terreno irregular y escabroso les impedía usar sus armas y protegerse con los escudos, mientras que los guerrilleros se movían con mucha agilidad y rapidez). Así que por todo el camino los hostigaban, y al romper el orden de la marcha, eran derribados, hasta tanto que, muriendo muchos, entre los cuales fue Prisco, capitán de la sexta legión, Longino, capitán de mil hombres, y Emilio Jocundo, capitán de un escuadrón, penosamente llegaron a Gabaón, donde primero pusieron el real (nota: Se refiere al campamento principal) después que perdieron mucha munición. Allí se detuvo Cestio tres días, no sabiendo lo que debía hacer, porque al tercer día veían mayor número de enemigos, y conocía que la tardanza le sería dañosa, pues todos los lugares en derredor estaban llenos de judíos y vendrían muchos más enemigos si allí se detuviese; así, para huir más presto mandó a la gente que dejasen todas las cosas que les pudiesen embarazar. Y mataron entonces los mulos, los asnos y otras bestias de carga, salvo las que llevaban las saetas y los pertrechos, porque estas tales cosas guardábanlas como cosas que habían menester, mayormente temiendo que si los judíos las tomasen, las aprovecharían contra ellos. El ejército iba delante hacia Bethoron, y los judíos en los lugares más anchos menos los aquejaban; mas cuando pasaban apretados por lugares estrechos o en alguna pasada, vedábanles el paso y otros echaban en los fosos a los postreros. Derramándose toda aquella muchedumbre por las alturas del camino, cubrían de saetas a la hueste, adonde la gente de a pie dudaba cómo se podían socorrer los unos a los otros; y la gente de a caballo estaba en mayor peligro, porque no podían ordenadamente caminar unos tras otros, pues las muchas saetas y las subidas enhiestas les estorbaban poder ir contra los enemigos. Las peñas y los valles todos estaban tomados por ballesteros, adonde perecían todos los que por allí se apartaban del camino, y ningún lugar había para huir o defenderse. Así que, con incertidumbre de lo que debiesen hacer, se volvían a llorar y a los aullidos que los desesperados suelen dar. Al son de aquello correspondía la exhortación de los judíos, que se alegraban, dando grita con muy grande crueldad, y pereciera todo el ejército de Cestio, si la noche no sobreviniera (nota: De no haber caído la noche, según Josefo, todo el ejército romano hubiera sido exterminado), con la cual los romanos se acogieron a Bethoron, y los judíos los cercaron por todos los lugares de alrededor por impedirles el paso. Allí, desesperado de poder seguir el camino público, pensaba Cestio, en la huída, e hizo subir en lo alto de las techumbres cuatrocientos guerreros militares de los más escogidos y más fuertes, y mandóles dar voces, según la costumbre de los que son de guarda que velan en los reales (nota: campamentos militares), porque los judíos pensasen que la gente quedaba allí toda; él con todos los otros paso a paso se fueron de allí hasta treinta estadios (nota: Unos 5 kilómetros), que son poco menos de cuatro millas, y a la mañana, cuando los judíos vieron que los otros se fueron y ellos quedaban engañados, arremetieron contra los cuatrocientos, de quienes hablan recibido el engaño, y sin tardanza los mataron con muchedumbre de saetas, y luego se dieron prisa de seguir a Cestio; mas él, habiendo caminado buen trecho, huyó en el día con mayor diligencia, de tal manera, que los guerreros militares, hostigados del miedo, dejaron todos los pertrechos y máquinas, y los mandrones y muchos otros instrumentos de guerra, de los cuales, después de tornados, se aprovecharon los judíos contra los que los habían dejado, y vinieron hasta Antipátrida (nota: Antípatris) en alcance de los romanos. Al ver que nos los pudieron alcanzar, tornaron desde allí, llevaron consigo los pertrechos, despojaron los muertos y recogieron el robo que había quedado, y con cantares, alabando a Dios, volvieron a su metrópoli y ciudad con pérdida de pocos de los suyos. De los romanos fueron muertos cinco mil trescientos de a pie y novecientos ochenta de a caballo”.