[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 92]
Entretanto, en Judea, Porcio Festo había muerto en el cargo al final del año 61, no mucho después de la partida de Pablo hacia César. Sólo ejerció su mandato durante dos años aproximadamente, pero, según Josefo, se destacó por haber suprimido a los bandidos terroristas conocidos como los sicarios (varones de puñal), y trató por otros medios de hacer que se cumpliese la ley romana. En comparación con la opresiva administración de Félix, en términos generales, la de Festo se consideró positiva. Murió mientras todavía estaba en funciones, y le sucedió Albino. En el interregno de la muerte de Festo, y antes de la llegada del nuevo procurador, Albino, hubo un intervalo de tiempo de gran anarquía en Jerusalén. En dicho intervalo, el sumo sacerdote que antes había acosado a Pablo, Ananías (Anano, Anán o Anás), hijo del Anás mencionado en los evangelios, empleó de nuevo a las bandas de sicarios contra sus enemigos, e hizo asesinar al prominente discípulo cristiano Santiago, hermano materno de Jesús el Nazareno y “columna espiritual” para sus hermanos de fe de Jerusalén en aquel entonces. El historiador Josefo explica que durante el intervalo entre la muerte del gobernador Festo y la llegada de su sucesor, Albino, el sumo sacerdote Anán (Ananías) “reunió el Sanedrín, llamó a juicio al hermano de Jesús (el denominado Cristo) cuyo nombre era Jacobo (o Santiago), y con él hizo comparecer a varios otros, los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a morir apedreados” (Antigüedades judaicas, libro XX, capítulo IX, sección 1). Es posible que durante ese momento histórico quedara bastante mermada la actividad apostólica en Jerusalén, que hasta entonces había sido el centro directriz de la evangelización y de la actividad cristiana de todos los grupos de seguidores de Jesucristo del primer siglo de nuestra era en todo el mundo conocido o influenciado por la cultura romana. El testimonio de Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica (volumen III), aunado al texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 21, versículo 18, permiten suponer que entre los años 56 y 66 hubo una cuasi completa ausencia en Jerusalén de los apóstoles de Jesucristo que todavía vivían. El historiador Eusebio informó que “antes del año 66 los apóstoles sufrieron mil asechanzas de muerte y fueron expulsados de la tierra de Judea. Sin embargo, con el poder de Cristo dirigieron sus pasos hacia todas las naciones para enseñar el mensaje”. Las sagradas escrituras parecen armonizar con lo que Eusebio dice. Por ejemplo, para el año 62, el apóstol Pedro se encontraba en Babilonia, lejos de Jerusalén, como se desprende de su primera epístola, capítulo 5, versículo 13. De todas formas, desde el año 56 hasta probablemente el 66, un cuerpo de cristanos maduros (no apóstoles) debió seguir activo en Jerusalén y así proveer algunas directrices, junto con algunos apóstoles sobrevivientes dispersos por las naciones (como Pedro, Pablo y quizás también Juan), para el resto internacional de los discípulos de Cristo.